En la década de los 70, el finlandés Jarno Saarinen y el estadounidense Kenny Roberts revolucionaron el mundo del motociclismo con una peculiar técnica de pilotaje: fueron los primeros en tomar las curvas descolgándose de la moto y tocando el suelo con la rodilla como punto de apoyo, lo que les permitía girar con una menor apertura. En pocos años, no existía nadie en motociclismo que no pilotase de esta forma.
En la década de los 2000, esta vez es Valentino Rossi quien sorprende a sus competidores con un extraño gesto: sacar la pierna hacia adelante antes de la frenada para entrar en curva. Lo que inicialmente se creyó que era una manía, tenía como objetivo desplazar el peso de la moto a la parte delantera, consiguiendo un mayor agarre. Todos los pilotos han adoptado dicha técnica en la actualidad.
En nuestros días, Marc Márquez domina la élite del motociclismo. En su agresivo estilo de pilotaje, ya no toma las curvas apoyándose en la rodilla, sino en el codo. ¿Veremos al resto de pilotos copiarlo en el futuro, como ya pasó con Roberts y Rossi?
Sólo hay una cosa clara. Sea cual sea la próxima gran técnica de pilotaje, ésta no vendrá de un estudio científico. Como en cualquier deporte, los competidores copiarán cualquier ventaja, desecharán lo que es inútil, y perfeccionarán lo que lleva al éxito.
Lo mismo debes hacer con tu salud.
El peligro de los “expertos”
Existe en la actualidad una fe ciega en la ciencia. Creemos fervientemente en los expertos, y nos dejamos guiar por sus recomendaciones sobre qué comer, cómo entrenar o cualquier otro aspecto de nuestra vida. Ha llegado a tal punto que hemos dejado de lado las tradiciones y la propia naturaleza humana para hacer caso a la ciencia.
Pongamos un ejemplo. En 1963 y 1964, estos dos estudios demostraron que aquellas personas que hacían cuatro o más comidas al día, presentaban menor “colesterol malo” o LDL en sangre frente a quienes hacían una o dos comidas al día. La creencia se vió reforzada por otros estudios llevados a cabo en las décadas posteriores. Esto supuso que las recomendaciones dietéticas desde entonces hayan sido la de hacer cinco comidas al día.
Sin embargo, durante los últimos 20 años, parece que la tendencia cambia. Se publican estudios sobre los beneficios de la restricción calórica, y se profundiza en el entendimiento de procesos como la autofagia. Incluso se descubre en este estudio que el colesterol podría no ser el indicador más relevante en enfermedad cardiovascular. Los médicos y expertos comienzan a recomendar espaciar las comidas y realizar períodos de ayuno.
O lo que es lo mismo, una persona que haya nacido en los 60, que siga los preceptos de la ciencia y las recomendaciones de organismos oficiales y expertos, habría pasado la mayor parte de su vida comiendo cinco veces al día para finalmente encontrarse con que lo más saludable es reducir el número de comidas.
Mientras tanto, una persona de igual edad y practicante de cualquier gran religión, seguramente habría incorporado el ayuno y la restricción calórica durante toda su vida.
Esto se debe a que, aunque sea difícil de creer para algunos, los hábitos que han sobrevivido al paso del tiempo son los que cuentan con mayor evidencia. No científica, pero sí empírica. Vamos a ver por qué.
El efecto Lindy
Lindy era una cafetería de Nueva York cercana a los teatros de Broadway, donde actores y actrices se reunían para apostar cuáles serían las obras más exitosas del año. Allí, descubrieron que el número de días que una obra seguiría en cartelera era proporcional al número de días que llevaba en ella.
Esto sirvió de inspiración al filósofo Nassim Taleb para formular la siguiente teoría: las cosas abstractas o imperecederas, como pueden ser las ideas, los libros, las costumbres, o las teorías científicas, es más probable que duren si ya han durado en el tiempo. Es decir, dentro de 500 años, será más probable que se siga leyendo El Quijote a que se lea 50 Sombras de Grey.
Lo anterior, aunque pueda parecer obvio, cambia completamente la forma de adoptar hábitos en nuestra vida. En palabras del propio Taleb, cuanto más antiguo el problema, más antigua la solución, y los problemas sobre salud son tan antiguos como la aparición de la vida en sociedad. Un hábito de salud que haya sido probado y trasmitido durante generaciones, cuenta con un respaldo sobre su eficacia mucho mayor que el de un estudio de 30 personas.
Esto no quiere decir que no haya que confiar en los estudios científicos, simplemente que lo más racional no es esperar a que exista evidencia científica para incorporar hábitos que llevan toda la vida entre nosotros, sino dejar de incorporarlos cuando exista evidencia científica sólida de que ese hábito no es beneficioso.
Y lo mismo sucede al revés. Para aquellas innovaciones recientes y que no hayan tenido la oportunidad de someterse al escrutinio del tiempo, la actitud más racional es no incorporarlas a nuestra rutina hasta que no exista evidencia científica sólida sobre tus beneficios.
Es decir, si el problema es cómo mantenerte en tu peso, las respuestas tendrán probablemente 2000 años de antigüedad, y si se trata de entrenamiento, la mayor parte de los problemas seguramente fueron ya solucionados en los años 70 y 80.
Esto debería hacerte pensar: ¿qué hábitos has incorporado a tu día a día que no serán recomendables en el futuro? O peor aún, ¿qué hábitos no estás incorporando, y que los médicos prescribirán en unos años?
El éxito deja pistas
Una forma de identificar aquello que ha trascendido al paso del tiempo, es simplemente investigar casos de éxito, y como haría un atleta, incorporar lo que funciona y descartar lo que no.
Charles Poliquin fue el entrenador de fuerza más conocido en los últimos tiempos, llegando a entrenar a 800 atletas olímpicos de 22 disciplinas. Sus métodos de entrenamiento han sido siempre pioneros, y cuando en esta entrevista le preguntan cuál es su secreto, Poliquin contesta que simplemente observa a los mejores, estudia qué es lo que les ha llevado a la cima, y lo aplica en sus entrenamientos.
Por ejemplo, el entrenamiento con clusters obtuvo evidencia científica en 2016, pero Poliquin ya lo llevaba utilizando con sus atletas desde 1968. Incluso va más allá: aprendió dicho método del equipo búlgaro de halterofilia, y éstos empezaron a usarlo en los años 40. Según sus propias palabras, si hubiese tenido que esperar por la ciencia para respaldar sus métodos, se hubiese perdido más de 20 olimpiadas, contando juegos de invierno.
Nuevamente, este artículo no es un ataque contra la ciencia. Sin embargo, las redes sociales están repletas de “expertos” que se limitan a buscar unos cuantos estudios científicos en PubMed, leen la conclusión, y debaten sobre temas irrelevantes: ¿engordan los frutos secos? ¿cuál es la dieta perfecta según la ciencia? ¿existe evidencia sobre los beneficios de tomar yogur griego? La respuesta no está en los estudios, sino en el efecto Lindy y en los casos de éxito.
Por tanto, este blog va dirigido a aquellos que no quieran cuestionarse si cada detalle de su vida está respaldado científicamente, y quieran mejorar su salud o su rendimiento deportivo sin esperar que un estudio científico les confirme lo que ya se sabía de toda la vida.
En los próximos artículos, hablaremos de entrenamiento de fuerza, flexibilidad y prevención de lesiones, entre otros, atendiendo a lo que se hace en la élite del deporte desde hace décadas, y no a estudios científicos.
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¡Qué bueno!
Me ha encantado el artículo, máxime cuando ahora estoy inmerso en la lectura de Antifragil de Taleb.